El reality show es un formato televisivo
nacido hace veinte años que arrastra a miles de espectadores ante las pantallas.
Sin embargo, su número de detractores iguala a sus seguidores. ¿Cuál es el
secreto de su atracción?
Gran
Hermano, Operación Triunfo, Expedición Robinson, Supervivientes y una larga
lista que nos vienen por detrás. Debemos admitir que todos nos hemos sentido
arrastrados por los encantos de este tipo de programas, al menos alguna vez en
nuestra vida. Su fin es simple: entretener al público. Según explica la doctora
Graciela Paredes, Directora en Maestría de Periodismo de Investigación de la Universidad del
Salvador, “a los espectadores de hoy en día les gusta ver gente igual que ellos
haciendo cosas que a ellos les gustaría hacer o estando en sitios en las que
les gustaría estar” con el fin de que el público se identifique con los
protagonistas. Pero esto no se basa únicamente en una cuestión de
entretenimiento, sino que hay un ingrediente principal que nunca falta a la
hora de recetar un reality: el morbo. Vivimos en una sociedad en la que estamos
hartos y cansados de la monotonía de nuestro día a día, al espectador le gusta
el exhibicionismo y el espectáculo, y los realities shows deben contar con ello
para su supervivencia. “El siglo XXI ha impuesto la necesidad de atreverse
siempre a ir más allá de lo que se haya hecho previamente para sorprender y
mantener el interés del público”, afirma Ferrán Lalueza, profesor de los
Estudios de Ciencias de la
Información y de la Comunicación en la Universidad Abierta
de Cataluña. Como claro ejemplo de ello podríamos destacar programas como Jershey Shore (EEUU), Geordie Shore (EEUU),
Acapulco Shore (México), Gandia Shore
(España), que lo único que buscan
es que los protagonistas den espectáculo sin ningún tipo de límites.
Desde
su aparición en 1991 en las pantallas holandesas, el género televisivo no ha
parado de expandirse hacia un campo donde hay gran variedad de temáticas distintas.
Es más, ha pisado tan fuerte en el mundo televisivo que actualmente contamos
con muchos canales de televisión que se ciñen exclusivamente a programas de
telerrealidad. Pongamos un ejemplo; Gran Hermano, con casi veinte años de vida
se ha convertido en el rey de los realities a nivel internacional; de hecho,
¿qué país no cuenta con un formato Big Brother en su programación televisiva?
Discusiones,
llantos, histeria, emoción, competitividad, rivalidad, traición,
enfrentamiento… así es como mejor podríamos definir el formato Gran Hermano,
más allá del puro “entretenimiento” del que se encasilla. La intimidad y la
privacidad no van de la mano con este programa, ya que al estar las 24 horas
del día encerrado en una casa, lo que se busca es el sensacionalismo barato
olvidándonos de hacer respetable la imagen de aquella persona que está delante
de las cámaras. Nos estamos convirtiendo en monos de feria, todo vale con tal
de causar polémica en la audiencia, el asunto es divertir, sea cual sea el
precio que haya que pagar para lograrlo.
Pero
no todo son buenas noticias para el universo Big Brother, y es que al igual que
en muchos países la importancia que ha adquirido este programa es brutal, hay
otros lugares donde su éxito ha ido decayendo en picado. Argentina es un claro
ejemplo de ello, y es que su última edición emitida en el 2016 no cubrió las
expectativas, con un rating mucho más bajo de lo esperado. ¿A qué se debe esto?
A que últimamente se da preferencia a otro tipo de realities shows, como por
ejemplo programas de cocina, antes que programas que se ciñen exclusivamente en
el morbo.
“Más
allá de los éxitos y fracasos de los formatos, lo único que reflejan este tipo
de programas donde se antepone el interés socioeconómico de la productora antes
que la del bienestar de una persona, es la del vacío de nuestra sociedad, la de
la necesidad de imitar a alguien para ser reconocidos”, subraya Leila
Govillard, profesora de Psicología en la Universidad de Deusto de San Sebastián.
Lo
que sí que está claro es que la televisión es “una ventana abierta al mundo”, y
que la solución está en nosotros mismos. Somos nosotros los que tenemos que escoger de una vez por
todas si queremos seguir retroalimentando este tipo de “telebasura”, o un
entretenimiento que aporte conocimiento. Somos nosotros quienes tenemos que
elegir si subsistimos imitando a los que nos rodean u optamos hacer un proyecto
de vida que satisfaga sólo nuestras necesidades reales.
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